LAS FLORES SECAS

Fui a probarlas y estaban podridas,
supuraban hacia y desde adentro

una danza de fluidos virulentos.

Debajo de la superficie excitante y caliente, las delicias del amor habían perdido todo indicio de identidad noble.
En la palma de mi mano pude distinguir el disfraz, una mentira atractiva y silenciosa: 
                                          mi propia muerte. 

Prefiero reconocerme muerta
prefiero gritarlo
que la sangre es mía
no del amor que desgarra. 
Que el carozo descompuesto, 
corrupto y pegajoso,
yace entero
debajo de mi carne
debajo de mi cama. 

Morí el mismo día que mis pensamientos
mutaron.
Morí el día que todas mis flores decidieron morir.
Ahí donde los pétalos eran violetas sólo veía fantasmas blancos.

Prefiero las flores secas,
te lo dije.
Las prefiero muertas porque en ellas 
me hallo, pura y desnuda, 
con la imagen de tus gestos cansados
con el gemido de tus labios intentando decir mi nombre.
No te pido piedad,
las flores nacemos para morir con las raíces incineradas,
deshechas en las manos.

Imaginé cómo sería perderme en la beatitud.
Los poros de mi cuerpo ardiente
se reducirían a polvo
sin que exista el algo final,
el verdadero, a lo que le pertenezco

a las flores secas
las menos amadas.




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