SE CAE EL CIELO. NI UNA LÁGRIMA

Se cae el cielo.
Lo ve el kiosquero que se asoma bajo el toldo para vender unos puchos sueltos. Los cigarrillos se resbalan y caen. Uno. Dos. Tres. Cuatro. No hay allí mano que los reciba, nadie que los sostenga.

Lo ven los nenes que salen del colegio. Son los únicos en avanzar directamente hacia eso que cae. Se arrancan la ropa y pedazos de piel. Se evaporan enseguida.

En sus últimos momentos, lo ve María desde la ventana del baño y deja las cuchillas suspendidas. 

Lo ve el recién nacido que abre los ojos por primera vez. Su madre llora por él, no por el cielo.

Francisca y Teresa lo ven reflejarse en los ojos de la otra mientras se besan en el balcón. No more confesiones de amor.

Se cae el cielo. 
Ni una lágrima de los que miran, sólo las mías. El rostro mojado y deformado, los ojos irreconocibles. Hace semanas que lloro por lo que veo en mis sueños: que se cae el cielo. 
Pienso que fueron mis lágrimas. Una sola lágrima y de golpe desprenderse de uno. De un. Dos. Tres. Cuatro pedazos del cuerpo.

El pronóstico
Es agosto y también es primavera, incluso verano. El color que prima es el negro y el fuego, sin nubes. Sin cielos.
La temperatura aumenta en pocos segundos. Los cuerpos se desarman por las quemaduras. 

Se cae el cielo
Sobre el asfalto, todo lo que queda son brazos, ojos y dedos mutilados. 

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